Reflexiones de Lisardo García Bueno, presidente del Jurado del I FICCVelo
Evocar una vida profesional dedicada al documental audiovisual. Esa fue la finalidad prioritaria sobre el que se desarrolló la retrospectiva que me dedicó el Primer Festival Internacional de Cine Rural Carlos Velo. Pero para mí, en este hecho de mostrar algunos de mis trabajos, con el fin de reconocer mi trayectoria en el terreno del documental, hay algo más, hay emoción.
La emoción de ver a un público un sábado por la mañana en una pequeña localidad de la Galicia profunda, dispuesto a visionar episodios de la vida misma, historias reales narradas audiovisualmente que formaron parte de la actualidad, con mayúsculas, en el ámbito nacional e internacional a lo largo de más de tres décadas. La emoción de estar ante gente anónima que quiere ver tu trabajo, la emoción de estar ante los seres queridos, ante amigos solidarios, la emoción de poder expresar, de poder contar, de comunicar experiencias tan emocionantes, recogidas en cada uno de los documentales y de los reportajes que para mi formaban parte de ese tesoro que guardaba, como si de un cofre se tratara, la retrospectiva.
Creo, también, que un documental para ser bueno, tiene que ser emocionante. Y para que exista emoción tiene que haber riesgo. El director de documentales, el realizador de grandes reportajes, tiene que jugársela en el apasionante limbo que es la experimentación audiovisual. Eso conlleva trabajo, mucho trabajo, que por supuesto, siempre dignificará la obra y la hará personal. Mis compañeros de profesión siempre definieron mi obra como muy personal, tanto que cuando veían un tren como elemento narrativo de la historia, bien como soporte visual con función de cortinilla u otro efecto, o como elemento de ruptura narrativa, o como plano de contenido conceptual o como un simple tren que pasa, decían:”esto es de Lisardo”.
Y el pasado 21 de junio en el auditorio de Cartelle, viendo Yoyes (1988), El Testamento del hombre de la Selva (1989) y Ramón Mercader, crímen y castigo (1990), confirmé que el tren combinaba muy bien con la emoción y el riesgo. Y que las señas de identidad, el ADN creativo tiene nombre y apellidos, el equipo es prácticamente el mismo. Un privilegio trabajar con gente tan buena. La retrospectiva, reivindicó el trabajo de excelentes trabajadores de la televisión pública española, cámaras, técnicos de sonido, montadores, eléctricos, ayudantes…, profesionales sin los que ninguno de los documentales y reportajes presentados se hubieran realizado con tan buena factura y de los que yo aprendí tanto. Según se iban proyectando las secuencias de los documentales, aparecían reflejados en la pupila de mis ojos los rostros de tantos amigos y compañeros con los que me sentí unido en la búsqueda de nuevas formas de experimentación en el audiovisual, en el reportaje, en el documental, en el cine, en la música, el arte, la belleza y la verdad.
La emoción de ver a un público un sábado por la mañana en una pequeña localidad de la Galicia profunda, dispuesto a visionar episodios de la vida misma, historias reales narradas audiovisualmente que formaron parte de la actualidad, con mayúsculas, en el ámbito nacional e internacional a lo largo de más de tres décadas. La emoción de estar ante gente anónima que quiere ver tu trabajo, la emoción de estar ante los seres queridos, ante amigos solidarios, la emoción de poder expresar, de poder contar, de comunicar experiencias tan emocionantes, recogidas en cada uno de los documentales y de los reportajes que para mi formaban parte de ese tesoro que guardaba, como si de un cofre se tratara, la retrospectiva.
Creo, también, que un documental para ser bueno, tiene que ser emocionante. Y para que exista emoción tiene que haber riesgo. El director de documentales, el realizador de grandes reportajes, tiene que jugársela en el apasionante limbo que es la experimentación audiovisual. Eso conlleva trabajo, mucho trabajo, que por supuesto, siempre dignificará la obra y la hará personal. Mis compañeros de profesión siempre definieron mi obra como muy personal, tanto que cuando veían un tren como elemento narrativo de la historia, bien como soporte visual con función de cortinilla u otro efecto, o como elemento de ruptura narrativa, o como plano de contenido conceptual o como un simple tren que pasa, decían:”esto es de Lisardo”.
Y el pasado 21 de junio en el auditorio de Cartelle, viendo Yoyes (1988), El Testamento del hombre de la Selva (1989) y Ramón Mercader, crímen y castigo (1990), confirmé que el tren combinaba muy bien con la emoción y el riesgo. Y que las señas de identidad, el ADN creativo tiene nombre y apellidos, el equipo es prácticamente el mismo. Un privilegio trabajar con gente tan buena. La retrospectiva, reivindicó el trabajo de excelentes trabajadores de la televisión pública española, cámaras, técnicos de sonido, montadores, eléctricos, ayudantes…, profesionales sin los que ninguno de los documentales y reportajes presentados se hubieran realizado con tan buena factura y de los que yo aprendí tanto. Según se iban proyectando las secuencias de los documentales, aparecían reflejados en la pupila de mis ojos los rostros de tantos amigos y compañeros con los que me sentí unido en la búsqueda de nuevas formas de experimentación en el audiovisual, en el reportaje, en el documental, en el cine, en la música, el arte, la belleza y la verdad.
El que esto ocurriera, mantendrá siempre el grato recuerdo en mí, de este primer Festival Internacional Carlos Velo, celebrado en Cartelle.
Gracias por reencontrarme con la vida, con el trabajo y con la hermosa actividad de narrar historias. Historias de rostros humanos, como son las que aparecían en Mataluenga, comedia rural en cuatro actos (1985), Cartas de una familia (1981), En el corazón de las tinieblas (1992), Brasil, la lucha por la tierra (2001), Villa El Salvador, el arenal de la solidaridad (2002), Pedro Casaldáliga, en el rio de la vida (2005), La memoria recuperada (2005), La música del fin del mundo (2003), Los niños de la guerra (2005), Pau Gasol, cerca de las estrellas (2002), y El legado de Mandela (2004).
Trabajos audiovisuales producidos por Televisión Española cuya emisión se hizo desde las cabeceras de programas tan emblemáticos de la televisión pública, como Vivir cada día, Documentos TV, En Portada e Informe Semanal, en los cuales desarrollé mi tarea profesional como periodista, guionista y realizador durante 34 años. Una retrospectiva que ha agitado amablemente en mi memoria grandes momentos de esa vida profesional, que me ha dado nuevos amigos y de la que espero que Carlos Velo se sienta orgulloso.
Gracias por reencontrarme con la vida, con el trabajo y con la hermosa actividad de narrar historias. Historias de rostros humanos, como son las que aparecían en Mataluenga, comedia rural en cuatro actos (1985), Cartas de una familia (1981), En el corazón de las tinieblas (1992), Brasil, la lucha por la tierra (2001), Villa El Salvador, el arenal de la solidaridad (2002), Pedro Casaldáliga, en el rio de la vida (2005), La memoria recuperada (2005), La música del fin del mundo (2003), Los niños de la guerra (2005), Pau Gasol, cerca de las estrellas (2002), y El legado de Mandela (2004).
Trabajos audiovisuales producidos por Televisión Española cuya emisión se hizo desde las cabeceras de programas tan emblemáticos de la televisión pública, como Vivir cada día, Documentos TV, En Portada e Informe Semanal, en los cuales desarrollé mi tarea profesional como periodista, guionista y realizador durante 34 años. Una retrospectiva que ha agitado amablemente en mi memoria grandes momentos de esa vida profesional, que me ha dado nuevos amigos y de la que espero que Carlos Velo se sienta orgulloso.